Cábala hermética, la Cábala no judía

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Cábala hermética, la Cábala no judía

Comprendiendo al Ser mediante el Árbol de la Vida Personal
Publicado de Ricard Barrufet en Cábala Práctica · 9 Diciembre 2020




La Cábala proviene de un saber cosmogónico cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, la llamada Sabiduría perenne, que alberga las más puras y altas doctrinas de la ciencia sagrada. La antigua civilización egipcia recibió este saber de civilizaciones anteriores y lo custodió durante más de treinta dinastías, siendo muchos los sabios y profetas de tradiciones posteriores que encontraron en Egipto su lugar de iniciación antes de partir hacia otras tierras.

Moisés, hijo adoptivo del faraón, no solo fue para el judaísmo el liberador del pueblo hebreo, sino que también fue el receptor de la Torah (el antiguo testamento de la biblia). Sobre esta sagrada escritura impregnada de la Sabiduría perenne original, se erigió la primera de las tres grandes religiones abrahámicas, siendo los místicos del judaísmo quienes más ahondaron en ella hasta descubrir significados ocultos muy reveladores. Así nació la Cábala hebrea o Kabbalah (s.I-II dC), que en su primera etapa fue esencialmente de transmisión oral, encontrando siglos más tarde su forma escrita en el Zohar o libro del Esplendor (s.XIII), del rabino sefardí Mosiés de León, aunque atribuyó su autoría al rabino Shimon Bar Yojai, quien vivió en Galilea entre los siglos I y II dC.



 
Sin embargo, hubo otros pueblos que también bebieron de esta fuente primigenia de Sabiduría, como los griegos, discípulos de los egipcios, quienes otorgaron a Hermes el título de primer gran Iniciado. Este enigmático ser, representado con cuerpo de hombre y cabeza de ibis por los egipcios, se llamaba Thot; el dios de la sabiduría, de las artes y las ciencias, del lenguaje, de la magia, de la música, de las leyes, inventor de la escritura y patrón de los escribas. Pero más allá de sus atribuciones mitológicas Hermes fue, para los griegos, un verdadero maestro de sabiduría que pisó la tierra como ser humano mucho antes de que aparecieran los primeros faraones, en una época en la que los hombres se mezclaban con los dioses y el sacerdocio, la magistratura y la monarquía formaban parte de un solo cuerpo gobernante. Probablemente de ahí le vino el calificativo de Trismegisto, “el tres veces grande”, puesto que además de rey, también debió ser un gran legislador y un sumo sacerdote.

Clemente de Alejandría atribuyó a Hermes 42 obras o tratados de la ciencia sagrada, de los que solo tres han llegado a nuestros días: la Tabla Esmeralda, El Pimandro y Asclepio (o Discurso de la Iniciación). Estas obras constituyen la base de la denominada doctrina hermética que subyace en todo el conocimiento esotérico de occidente. En la Edad media esta doctrina fraguó en la alquimia y otras corrientes de pensamiento paganas que tuvieron que permanecer ocultas para no ser destruidas por la ortodoxia religiosa de la época. Así nació el Tarot, camuflado como un inofensivo juego de niños que no suponía ninguna amenaza para los doctos y los poderosos, a pesar de que encerraba toda la simbología alquímica y cabalística en imágenes.

Paralelamente a la época en que la Cábala hebrea estaba alumbrando sus mayores frutos con los escritos de Moisés de León y Abraham Abulafia, entre otros; ilustres pensadores como el mallorquín Ramón Llull (s.XIII), supo ver en los textos judíos, cristianos e islámicos esta Sabiduría perenne que también recogía la Kabbalah. A pesar de que Llull no logró hacer calar su visión cosmogónica denominada Ars Magna, como un método aconfesional y sincrético que daba al ser humano las herramientas necesarias para reconocer la relación Dios-Cosmos-Hombre en sí mismo, de algún modo ya introdujo las bases de una Cábala hermético-alquímica y cristiana posterior.


Ars Magna de Ramón Llull

Este modelo cristalizó en Italia durante el Renacimiento (s.XV), cuando filósofos y humanistas como Marsilio Ficino, Yojanán Alemanno y especialmente Giovanni Pico della Mirandola, dieron curso a la traducción de múltiples tratados hebreos y griegos al latín, no solo con la finalidad de demostrar que los Principios Fundamentales de estas tradiciones convergían en el cristianismo, sino también como una forma de integrar y conciliar todo el conocimiento místico y esotérico preexistente. En el Discurso sobre la dignidad del hombre (1486) Pico della Mirandola formuló 900 tesis basadas en escritos platónicos, neoplatónicos, gnósticos, aristotélicos, teológicos y cabalísticos, dando así lugar al nacimiento de la Cábala cristiana y la Cábala hermética. Su obra fue finalmente declarada herética por el papa Inocencio VIII, pero su gesta alcanzó tal popularidad entre los intelectuales cristianos de la época, que alentó a otros a seguir dando pasos en esa dirección. Entre ellos se puede citar la visión panteísta de Giordano Bruno (s.XVI), también denostado por la Iglesia, o el jesuita Athanasius Kircher (s.XVII), quien escribió extensamente sobre Cábala cristiana, aunque aportando más elementos herméticos como el orfismo y la mitología egipcia.



Árbol de la Vida de Kircher (1652)

Mientras que la Cábala cristiana empezó a decaer con la llegada de la Ilustración (s.XVIII), la Cábala hermética se fue consolidando como una nueva tradición dentro del esoterismo oculto de Occidente. El Rosacrucismo y las ramas esotéricas de la Francomasonería adoptaron esta nueva modalidad de Cábala y la enseñaron junto a otras filosofías teosóficas bajo la estructura de una progresiva iniciación. Este formato fue adoptado por organizaciones posteriores como la Golden Dawn (Aurora Dorada) e incluso por muchas de las escuelas de misterios actuales; sin embargo, cabe decir que el ocultamiento de estas primeras sociedades secretas no obedecía a ninguna clase de segregación elitista, sino a la voluntad de querer preservar este conocimiento de las llamas de una temible Inquisición que arrasaba con cualquier forma de culto pagano.

Durante el Romanticismo del siglo XIX los escritos cabalísticos herméticos y mágicos fueron el tema central de una literatura esotérica que empezaba a abarcar círculos cada vez más amplios. A esta época pertenecen notables ocultistas como Gérard Anaclet Vincent Encausse, más conocido como “Papus”, Oswald Wirth o Éliphas Lévi, cuyas innovaciones tuvieron un gran impacto en el esoterismo occidental y que a su vez inspiraron a las nuevas generaciones del siglo XX, entre quienes destacan autores tan célebres como Aleister Crowley, Arthur Edward Wite, Paul Foster Case, CC Zain, Dion Fortune, Israel Regardie o Gareth Knight, haciendo así definitivamente accesible el estudio de la Cábala hermética en cualquier parte del mundo.




La Cábala hermética es, por consiguiente, una Cábala no judía, pero no porque se desmarque de sus preceptos fundamentales, sino justamente porque los recibe e integra con otros que no pertenecen al misticismo judío. La Cábala hermética es esencialmente sincrética debido a que abarca una gran cantidad de influencias externas, principalmente de procedencia occidental, como la astrología, la alquimia, la numerología pitagórica, las tradiciones egipcia y grecorromana (de donde surge el término hermético), el neoplatonismo, el gnosticismo y la simbología del Tarot.

La Cábala hermética es sin duda otra forma de entender la Cábala tradicional, aunque existen por supuesto multitud de elementos comunes, empezando por el Árbol de la Vida, como el diagrama energético que mejor explica la composición multidimensional de la existencia, tanto a nivel cosmogónico, como en los planos internos del Ser.


Ricard Barrufet


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