El doble Propósito de Vida
Publicado de Ricard Barrufet en Filosofía existencial · 7 Junio 2016
Sobre las principales cuestiones trascendentales que todo ser humano se formula en algún momento de su vida ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿a qué he venido?, ¿qué sentido tiene la vida?, el propósito de vida ocupa, sin lugar a dudas, un lugar muy destacado en este elenco de interrogantes de carácter existencial.
El psiquiatra austríaco Viktor E. Frankl sostiene que el fenómeno espiritual puede ser consciente o inconsciente, pero que en cualquier caso, la base espiritual de toda existencia humana es en última instancia siempre inconsciente. Esto guarda relación con el pensamiento de Carl Jung quien también afirmaba que el inconsciente no era en ningún caso la parte sobrante de lo consciente sino que éste estaba dotado de contenido propio. Aspectos como el arte, la creatividad, la imaginación, la fantasía, el juego, la magia, la ilusión, la belleza e incluso el amor y la conciencia, residirían por algún tipo de ordenamiento psicofísico en el inconsciente espiritual del ser humano, pero baste que se les permita su libre expresión para que todo ello salga a relucir de forma espontánea.
El propósito de vida de cada persona o si se prefiere, su misión de vida, reside igualmente en este inconsciente espiritual, y descubrir en qué consiste, es decir, hacerlo consciente, no tiene en realidad demasiado misterio. La dificultad puede estar tal vez en el hecho de no ser capaces de llegar a aceptar su simplicidad o sencillez debido a que tendemos a asociarlo al éxito profesional, a los grandes logros personales y a un reconocimiento social. Pero el verdadero propósito de vida de una persona simplemente guarda relación con aquello que le hace disfrutar, aquello que le gusta hacer, aquello que se le da bien hacer y aquello con lo que se siente satisfecho y realizado. Es ese talento o vocación especial por algo en particular lo que nos muestra el camino.
Quien sienta pasión por el dibujo, la pintura, la música, la literatura, la ciencia, la filosofía, la política, la cultura, el deporte o por cualquier otra actividad, será probablemente su expresión en alguno de esos ámbitos de interés lo que dará un mayor significado a su vida. No hay ninguna necesidad en tener que sobresalir por encima de los demás ni obtener reconocimiento alguno. Así como el propósito de una flor es florecer y aun cuando no haya nadie observando su belleza ésta florece y expande su fragancia a los cuatro vientos, el simple hecho de vivir es también para el ser humano un propósito en sí mismo. Tan valiosas son las vivencias de una vida de opulencia y derroche como las de una vida sencilla y austera. Todas ellas llevan implícitas unas determinadas enseñanzas que a buen seguro tendrán su razón de ser. El propósito de vida da sentido a nuestra vida en su aspecto álmico, pero el alma es tan sólo una parte del Ser. Lo que experimenta el alma enriquece al Ser, pero éste a su vez persigue un propósito mayor, el cual es común al resto de los seres de la creación.
Este último y definitivo propósito que subyace en lo más profundo de nuestro inconsciente espirituales el causante de esa permanente sensación de insatisfacción o vacío que tratamos de llenar de mil maneras distintas. Hasta que no descubramos cuál es ese destino último y nos dirijamos hacia él con pleno convencimiento, determinación y de manera consciente, jamás conseguiremos llenar ese vacío que nos acompaña a todas partes vayamos donde vayamos y hagamos lo que hagamos. Este Sentido Último es la respuesta al por qué y al para qué de nuestra presencia en el mundo, y nada mejor para tratar de explicarlo que recurrir a la tan mentada parábola del hijo pródigo:
Este último y definitivo propósito que subyace en lo más profundo de nuestro inconsciente espirituales el causante de esa permanente sensación de insatisfacción o vacío que tratamos de llenar de mil maneras distintas. Hasta que no descubramos cuál es ese destino último y nos dirijamos hacia él con pleno convencimiento, determinación y de manera consciente, jamás conseguiremos llenar ese vacío que nos acompaña a todas partes vayamos donde vayamos y hagamos lo que hagamos. Este Sentido Último es la respuesta al por qué y al para qué de nuestra presencia en el mundo, y nada mejor para tratar de explicarlo que recurrir a la tan mentada parábola del hijo pródigo:
Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde." Y él les repartió la herencia. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su herencia viviendo como un libertino.
Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre.
Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu herencia con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"
Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado. (Lucas 15:11-
Muchas y muy variadas son las lecturas e interpretaciones que pueden hacerse de esta parábola en función de donde se le quiera poner el acento y la intención, pero la que mejor se ajusta al contexto al que nos estamos refiriendo es la siguiente:
La Casa del Padre es nuestro Hogar, allí lo tenemos todo: amor, paz, bienestar, felicidad, seguridad y todo cuanto deseamos. En apariencia nada nos falta, pero entonces… ¿por qué abandonarlo?, ¿qué es lo que podríamos echar tanto en falta como para que al igual que el hijo pródigo decidamos marcharnos?, ¿qué es eso tan necesario que no tenemos? Solamente se me ocurre una cosa. La Experiencia.
No resulta fácil entender y explicar el concepto de “experiencia”, pero creo estaremos todos de acuerdo al afirmar que lo experimentado en carne propia produce un conocimiento diferente de los otros tipos de conocimiento. La experiencia no es un conocimiento indirecto, teórico o intelectual, sino un conocimiento vivo y práctico; un conocimiento vital que adquiere la certeza de la realidad que se ha experimentado y que queda en uno como experiencia sabida o “sabiduría”. Otros métodos de conocimiento como el intelectual o el científico no pueden proporcionar el mismo grado de conocimiento que el de la propia experiencia. Lo que se ha vivido, sentido, gozado o sufrido, produce sin duda un conocimiento mucho mayor.
Cabe advertir que existen también diferentes niveles de experiencia dependiendo de cómo se haya vivido esa experiencia. La verdadera experiencia incluye la conciencia de la experiencia. No tomar conciencia de una experiencia equivale a no ser dueño de esa experiencia ya que ésta puede pasar directamente al subconsciente sin que uno llegue a percatarse de ella. Estaríamos hablando en tal caso de una vivencia. La vivencia es instintiva y pasajera, no se retiene ni se discierne, no se integra conscientemente en el Ser. Una verdadera experiencia es en cambio aquella vivencia que se integra conscientemente y que nuestro Ser la procesa, la discierne y la personaliza. Las experiencias vividas de manera consciente son las que aportan una sabiduría que transforma positivamente a la persona.
La Casa del Padre es nuestro Hogar, allí lo tenemos todo: amor, paz, bienestar, felicidad, seguridad y todo cuanto deseamos. En apariencia nada nos falta, pero entonces… ¿por qué abandonarlo?, ¿qué es lo que podríamos echar tanto en falta como para que al igual que el hijo pródigo decidamos marcharnos?, ¿qué es eso tan necesario que no tenemos? Solamente se me ocurre una cosa. La Experiencia.
No resulta fácil entender y explicar el concepto de “experiencia”, pero creo estaremos todos de acuerdo al afirmar que lo experimentado en carne propia produce un conocimiento diferente de los otros tipos de conocimiento. La experiencia no es un conocimiento indirecto, teórico o intelectual, sino un conocimiento vivo y práctico; un conocimiento vital que adquiere la certeza de la realidad que se ha experimentado y que queda en uno como experiencia sabida o “sabiduría”. Otros métodos de conocimiento como el intelectual o el científico no pueden proporcionar el mismo grado de conocimiento que el de la propia experiencia. Lo que se ha vivido, sentido, gozado o sufrido, produce sin duda un conocimiento mucho mayor.
Cabe advertir que existen también diferentes niveles de experiencia dependiendo de cómo se haya vivido esa experiencia. La verdadera experiencia incluye la conciencia de la experiencia. No tomar conciencia de una experiencia equivale a no ser dueño de esa experiencia ya que ésta puede pasar directamente al subconsciente sin que uno llegue a percatarse de ella. Estaríamos hablando en tal caso de una vivencia. La vivencia es instintiva y pasajera, no se retiene ni se discierne, no se integra conscientemente en el Ser. Una verdadera experiencia es en cambio aquella vivencia que se integra conscientemente y que nuestro Ser la procesa, la discierne y la personaliza. Las experiencias vividas de manera consciente son las que aportan una sabiduría que transforma positivamente a la persona.
Así es que la única carencia de nuestra naturaleza divina es esta sabiduría que sólo puede ser obtenida por medio de la experiencia vivencial. Este es el viaje que al igual el hijo pródigo, todos hemos decidido emprender en algún momento de nuestra existencia. Nadie nos empujó a ello ni nadie nos retuvo. Es nuestraincesante curiosidad la que nos lleva a los lugares más recónditos y alejados de nuestro Hogar. Y puesto que el Hogar representa el estado de mayor plenitud, a mayor lejanía mayor será la sensación de infelicidad, insatisfacción y vacío. Experimentar no obstante esta lejanía y este vació es lo que finalmente nos hará emprender el camino de regreso a casa. Así sucedió con el hijo pródigo cuando después de haber dilapidado todo su dinero comenzó a pasar hambre y necesidad; fue entonces cuando… "levantándose, partió hacia su padre".
Es en el punto más alejado donde da comienzo la transformación. Es cuando descubrimos al fin que no merece la pena dar ni un sólo paso más en esa dirección y decidimos dar media vuelta. Allí empieza el verdadero viaje, el retorno. El camino de ida no tiene ningún valor en sí mismo, no requiere de ningún esfuerzo por nuestra parte, tan sólo consiste en dejarse caer hasta lo más hondo y denso de la materia, lugar desde el cual, a base de mucha humildad y perseverancia podrá dar comienzo de manera lenta y progresiva el largo camino de regreso.
El descenso es como caer en un profundo sueño en el que no recordamos absolutamente nada acerca de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos; un sueño del que solamente nos iremos despertando en la medida en que cada una de nuestras vivencias nos vaya proporcionando conocimiento. El viaje de regreso es el camino de la reintegración al Ser Único, un recorrido ascendente que nos conducirá de nuevo al lugar al que pertenecemos, para que una vez en Casa, la dicha pueda ser completa. Ya no habrá más deseos por satisfacer ni carencias por llenar, habremos logrado alcanzar la auténtica Plenitud del Ser.
Es en el punto más alejado donde da comienzo la transformación. Es cuando descubrimos al fin que no merece la pena dar ni un sólo paso más en esa dirección y decidimos dar media vuelta. Allí empieza el verdadero viaje, el retorno. El camino de ida no tiene ningún valor en sí mismo, no requiere de ningún esfuerzo por nuestra parte, tan sólo consiste en dejarse caer hasta lo más hondo y denso de la materia, lugar desde el cual, a base de mucha humildad y perseverancia podrá dar comienzo de manera lenta y progresiva el largo camino de regreso.
El descenso es como caer en un profundo sueño en el que no recordamos absolutamente nada acerca de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos; un sueño del que solamente nos iremos despertando en la medida en que cada una de nuestras vivencias nos vaya proporcionando conocimiento. El viaje de regreso es el camino de la reintegración al Ser Único, un recorrido ascendente que nos conducirá de nuevo al lugar al que pertenecemos, para que una vez en Casa, la dicha pueda ser completa. Ya no habrá más deseos por satisfacer ni carencias por llenar, habremos logrado alcanzar la auténtica Plenitud del Ser.
Autor: Ricard Barrufet
Del libro "Planos de Existencia, Dimensiones de Conciencia"